lunes, 29 de octubre de 2012

Misiles nucleares en el patio de atrás de los campesinos cubanos


 Hace 50 años, un acuerdo puso fin a la crisis que había mantenido al mundo en ascuas: durante dos semanas en octubre de 1962, Washington y Moscú habían estado enfrentados luego de que Estados Unidos se enterara de que la Unión Soviética había llevado armas nucleares a Cuba.
El conflicto, conocido como la Crisis de Misiles en Estados Unidos, la Crisis del Caribe en Rusia y la Crisis de Octubre en Cuba, llevó al mundo al borde de la III Guerra Mundial, una guerra con un potencial destructivo más grande que todas las demás.
El corresponsal de BBC Mundo en la isla fue al lugar en el que le habían dicho estuvieron guardadas esas armas de la discordia.
La generación más joven de los Chuscos juega en los antiguos túneles militares. Sus padres los utilizan como cantera.
La familia Chusco vive cerca de Madruga, a mitad de camino entre las provincias de La Habana y Matanzas.
Son campesinos descendientes de mexicanos y en su finca hay una cueva donde al parecer hubo cohetes nucleares durante la "Crisis de los Misiles".
A Emilio Chusco, ya fallecido, lo conocí en el 2002, fue él quien primero me habló de la existencia de la cueva, donde decía habían instalado misiles.
Me acompañó para mostrarme los túneles perforados en la roca y los restos de las estructuras de hierro que componían las instalaciones militares.
Emilio relató que antes de iniciarse la crisis se les sacó de la finca y vieron entrar una gran rastra militar cubierta por una lona.
"Yo veía que eran armas grandes y les pregunte a los guardias qué traían y me dijeron que un cohete y que lo metieron para la cueva", dijo.
Hay dos túneles con el largo y el ancho justo para esconder aquellos cohetes, de los cuales aún queda uno en el museo de La Cabaña, en la entrada de La Habana.
Dentro se ven restos de los rieles sobre los que se deslizaban hasta la cavidad más grande de la cueva.
El lugar es perfecto, la caverna no tiene techo y la boca mira hacia el norte, las lomas donde está enclavada distan menos de 2 km de la carretera central, a pesar de lo cual la tupida vegetación de la zona impide que los que circulan por allí puedan verla.

El regreso y el olvido

Rosa Chusco recuerda que en la cueva de su finca había “un alto mando ruso de esos”.
Hace unos días volví a su casa para hablar otra vez de aquellos días en que el mundo estuvo al borde de la catástrofe nuclear y me encontré con la triste noticia de que Emilio había fallecido de un ataque al corazón hace un tiempo atrás.
Me recibió su hermana, Rosa Chusco, quien desde sus 76 años dice que "en la cueva había un alto mando ruso de esos pero yo no vi nunca los cohetes".
Recuerda que "los militares cubanos y rusos tampoco nos dejaban acercar al lugar".
Su memoria se traslada a aquellos días en que era una adolescente: "los rusos hablaban español y eran muy buenos, le traían cosas a mi mamá y a mi papá: latas de leche, galletas y carne rusa (enlatada). Eran gente muy buena, eran gente socialista", le cuenta a BBC Mundo.
Acepta llevarme otra vez a ver la cueva, a pesar de que su sobrino le advierte que "te vas a meter en candela" (vas a tener problemas).
No somos los únicos que están tras la pista de la "Crisis de octubre", poco antes de nuestra llegada los visitó un grupo de militares cubanos.
La ubicación de las cuevas es excelente pues están muy cerca de la carretera y sin embargo protegidas de la vista por la vegetación.
Nos acompañan sus sobrino-nietos y Rosa dice que en 1962 ella "no sabía ni de crisis ni de cohetes ni de nada de eso. Nosotros vivimos tranquilos y nunca nadie nos ha molestado, siempre hemos sido gente pobre pero honrada".
Ni los Chusco ni sus vecinos tienen conciencia de que el poblado de Madruga y sus fincas aledañas podrían haberse convertido en uno de los blancos prioritarios de una conflagración nuclear mundial que podría haber acabado con toda la humanidad.
Cuando les hablo de esto me miran incrédulos.
En la zona ya nadie se acuerda de aquello, medio siglo es demasiado tiempo, muchos de los protagonistas han muerto y los niños solo recuerdan lo que el abuelo les contó sobre las latas de carne rusa.

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